17 febrero 2009

El hombre que desafió a la Camorra



El libro Gomorra de Roberto Saviano, que acabo de terminar en medio de mi merecido descanso anual, tiene una hermosa claridad idiomática -y una gran traducción al español, por cierto- donde el autor, con pluma exquisita, instala a esta investigación periodística como una de esas que tienen un grado superior.

 

Jorge Molina Sanhueza

 

Pocos libros merecen que un periodista interrumpa sus vacaciones para comentarlo. Sin embargo, Gomorra, del italiano Roberto Saviano, amenazado a muerte por la Camorra y que vive protegido por la policía desde hace ya algún tiempo, bien vale la pena el esfuerzo, matizado fuertemente por el agrado y sin duda por el reconocimiento.

Son 325 páginas -muchas de ellas las tengo marcadas para robarme sus palabras- donde el autor va delineando una historia, esa de la mafia que mata sin piedad, sin distinguir género y número, edad ni credo, y que controla el poder económico de esa zona italiana, donde las lealtades y el honor son elementos para el cine hollywoodense. Allí no existen. Se perdieron en la imaginación de algún guionista. El Padrino de Mario Puzzo sencillamente es un juego de niños, una suerte de creación a pedido que entrega sólo criterios generales para mirar este fenómeno del crimen organizado. Y eso, con suerte. Ya lo desplazó.

Gomorra en cambio tiene la claridad idiomática de Saviano -y una gran traducción al español, por cierto- que con pluma exquisita se instala como un libro de investigación periodística de grado superior. La buena escritura en los libros de investigación periodística es un elemento no sencillo para los reporteros. Lo digo con conocimiento de causa. Ya he escrito dos. El primero fue una reunión brutal de datos, mientras que el siguiente me permitió “soltar la muñeca”. Esto último revela, claramente, que los temas van siendo manejados cada vez más por el autor, cuestión que en Gomorra queda no sólo claro, sino abrumadoramente claro.

Saviano en todo caso es un maldito tramposo. Tiene una ventaja que a

 muchos les gustaría tener a la hora de iniciar una empresa como esta. Nacido vivido, criado y malcriado en la zona de la cual escribe, lo ponen como un integrante distanciado y a la vez participante de las lógicas que el crimen organizado impone a los habitantes de allí. El texto, por tanto, es su “yo acuso”. “Tengo las pruebas”, escribió valientemente, cuestión que le ha dejado solo en el mundo. Su novia lo abandonó después de que los fiscales antimafia detectaran la amenaza en su contra. Lo mismo hizo su padre, un médico que también sufrió los rigores de los malos, quienes practican una maldad exquisitamente tecnificada, organizada, brutal, desleal, sin miramientos de ninguna especie donde la tortura ocupa un lugar simbólico; poder total, real, que incluso va más allá de las categorías que delineó el filósofo francés Michel Foucault. Una iconografía del horror. Un nuevo Leviatán.

Todo es poco cuando se leen las letras codificadas de Saviano, donde incluso el olor ocupa un lugar destacado, como la descripción glandular del crimen, de la maldad, esa que incluso “con baños de sales aromatizadas” nunca se borra, como si los poros captaran por el aire, por la vista, los hedores de la sangre y la violencia

“Y no porque haya penetrado en la carne como el sudor de los violadores; no, comprendes que el olor que te notas en el cuerpo ya lo tenías dentro, como despedido por una glándula que nunca había sido estimulada, una glándula adormecida que de repente empieza a secretar, activada incluso antes que por el miedo, por una sensación de verdad”.

Descripciones como la anterior abundan en este texto editado por Debate que se ha mantenido como un super ventas a donde llega. En Chile vale $ 11.000 y lidera el ranking.

Hay otros capítulos notables, como al descripción del puerto de Nápoles; también de las zonas de donde la mafia obtiene su mano de obra barata, el rol de las mujeres de los “killers” o sicarios a sueldo, el de las policías en una lucha que en nada cambia las cosas, las aminora por segundos y en esos mismos segundos ya hubo cambio en el tablero del poder, jefes de clanes arrepentidos, asesinatos en cafés, bares y restoranes a la luz del día.

Las mujeres en los allanamientos que hace la fuerza pública en los barrios napolitanos de menores recursos, son el muro simbólico que busca evitar que haya venganza de parte de los “boss”. Una suerte de actuación, con llantos, piedras y lealtades, algunas lealtades, lealtades al miedo y el odio a la existencia tremendamente determinada, miserable, donde les toca vivir.

“Además, después de aquella irrupción (la de la policía) que lo único que hacía era complicarla (la forma de vida), nadie intentaría de verdad cambiarla para mejor. Por eso aquella mujeres querían proteger celosamente el olvido de aquel aislamiento, de aquel error de vida, y echar a los que de repente se habían percatado de la oscuridad”. Notable.

Por eso este comentario es, como todos los comentarios, muy poco, si se quiere, objetivo. Tiene la carga de escribir sobre un colega. Sobre su trabajo. Un colega amenazado de muerte. Un hombre valiente que fue capaz de sacar la voz en medio del silencio de un país azotado, tal como México y Colombia, por una cáfila de criminales que han cambiado los códigos de convivencia que a la humanidad y los hombres y mujeres que la componen, le ha costado mucho construir. 

“Es así como se hace el bien, sólo cuando puedes hacer el mal”. Es así como el hado, ese encadenamiento fatal de los sucesos -y ni el destino-, tienen papel alguno en Nápoles. Es la fuerza de gravedad de lo real, un ideograma de la violencia, esa que -por suerte- sólo es un guiño en los barrios marginales de Chile.

Hay que leer el libro de Saviano. Cómprelo, consígaselo. Si no tiene dinero, vaya a la biblioteca, pídalo prestado, que alguien se lo regale, es una buena petición para el cumpleaños o el regaloneo de la pareja; corra a buscarlo como si corriera por su vida, sólo para que integre su razón, su racionalidad. Es quizás el único homenaje que se le puede hacer a un hombre de poco más de 30 años, a quien la policía protege, pero no importa que lo proteja. Algún día lo asesinarán. De eso estoy seguro, aunque no se lo deseo. Porque la mano larga, esa con se simboliza el actuar de la justicia, está en manos de la mafia. Y algún día, tarde o temprano, lo alcanzará para imponer el tétrico y brutal perfil de su garrote. Suerte colega.