31 octubre 2008

De las elecciones municipales y otros demonios

Me había restado a escribir de las elecciones municipales. No voto, no estoy inscrito, por tanto, pero me veo en la obligación de redactar algunas humildes líneas. Puede sonar a manifiesto, a perorata de sindicalista de principios del siglo 20, pero no deja de sorprender cómo ha cambiado la Concertación.

Hoy, el conglomerado de gobierno -guardando sin duda algunas diferencias menores- suele acercarse más a la derecha. Claro está que no en sus pensamientos valóricos como la píldora del día después -aunque la DC en esta materia sea como un vaticano dirigido por monseñor Jorge Medina- sino en esos elementos microfísicos que van delatando esa sutil conversión.

Sólo dos ejemplos para no aburrir a los lectores. El primero, la elección alcaldicia de Ravinet y Zalaquett en Santiago. Yo vivo en la comuna y era patético ver la cara del tiranosauro DC en sus afiches. Se percibía en él una suerte de hastío, de obligación postular, a diferencia de su contendor, lleno de energía, que no tuvo empacho en conversar con todas las señoras, incluso con aquellas que piden cosas imposibles. Además su vestimenta era más casual cercana, como si el “momio” fuera Ravinet.

Este mismo hecho, pero en Cerro Navia, también se cumplió a cabalidad. Álvaro García del PPD también perdió la elección ante su contendor de la Alianza.

¿A quién con dos dedos de frente en un partido que se dice progresista -lo que equivale a una educación amplia y de inteligencia emocional avanzada- se le ocurre llevar como candidato a un sujeto que vive en al sector alto de la capital, que hace yoga, come productos hidropónicos, habla más de un idioma y más aún, actúa con esa sutil discriminación hacia "los pobres" de quien vive en otra galaxia?

Por eso el gobierno después de haber perdido alcaldías importantes, aunque ganó en concejales, asegura que se volcará a reencantar a los jóvenes y la vocinglería que las personas entre 18 y 30 años han dejado de creer.

Y nuevamente volvemos a ese geronto-análisis de la DC, que aún creen que los comunistas son una generación de "comeguaguas", como lo inoculara la CIA en durante la guerra fría, con fondos en los años 60 a través de la propia falange.

El pacto con el PC parece altamente necesario, ya que esta idea de la exclusión por la mantención de un poder absoluto -pero a la vez mediocre- revela sólo una fórmula añeja de un partido que va en franca decadencia, con un padrón electoral que está para el geriátrico o el cementerio.

Este jueves hablaba con un funcionario DC de la Cancillería, quien me señalaba que se opondría con rudeza a un acuerdo con el PC, "porque ellos son chavistas, además no son católicos".

Me sorprendió su postura casi monacal, con arreglo únicamente a los valores, en vez de a los fines, tomando en consideración su clara opción homosexual, respecto de la cual la iglesia ha renegado por varios siglos, configurando un amasijo discursivo difícil de comprender, al menos racionalmente.

De seguro mis detractores dirán que no soy un ciudadano, como suele ser ese argumento de tinte añejo, como si no votar no fuera una opción política.

Por eso cada día me convenzo más de que la Concertación se detuvo en el tiempo. Sin líderes nuevos, sin esos rostros que la propia Bachelet prometió en sus palabras iniciales cuando asumió el gobierno. Así, el cuadro se muestra con los mismos rostros que ya hicieron historia en la transición: Pérez Yoma, Foxley, Viera Gallo, Carvajal, Sergio Bitar.

Si distinguidos lectores, tengo 38 años, y desde 1990 hasta ahora mi sensación cambió al igual que muchos de ustedes. No quiero que la derecha llegue al poder, pero a muchos como yo y a otros tan distintos, cada vez, la idea provoca menos miedo. Y es lamentable.