14 febrero 2010

"América latina habla de nuevo desarrollismo, pero no sabemos si funcionará"

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JOSE MAURICIO DOMINGUES: SOCIOLOGO BRASILEÑO

"América latina habla de nuevo desarrollismo, pero no sabemos si funcionará"








Nuestra región dejó el neoliberalismo, pero no está claro si va hacia opciones superadoras. Tal vez porque la integración no es sólida ni existe una apuesta fuerte por la ciencia y la tecnología.







Claudio Martyniuk.
cmartyniuk@clarin.com






La modernidad tiene una multiplicidad de maneras de desplegarse, con tensiones y componentes imaginarios, arrastrando tradiciones y transfigurando paisajes. La modernidad latinoamericana está atravesada de particularismos y contingencias, dosis de realismo mágico, miseria, voluntarismo y creatividad. El sociólogo brasileño José Mauricio Domingues, que participó de un encuentro en la sede porteña de CLACSO, es un preciso analista de estas aristas y del porvenir de las retóricas neodesarrollistas en circulación.

¿Cuáles son los rasgos definitorios de la actual modernidad periférica de América latina?
América latina es una región con muchas diferencias, pero con un pasado y situaciones económicas y culturales que son comunes. Un rasgo fundamental desde el inicio de la década de 1980 es el crecimiento de la complejidad social, lo cual tiene que ver con desarrollos internos, pero también con el impacto de globalización en nuestra región.

¿Características de esa complejidad social?
Las diversidades sociales se extienden y hay cambios del Estado en cómo se vincula con la sociedad. Paralelamente, hay modificaciones en la cultura política y en la organización de los movimientos sociales, que también se pluralizan y democratizan, porque la clase obrera ya no es más agente de la revolución en ninguna parte. También se presenta una ciudadanía más activa, que promueve la democratización de instituciones estatales. Pero estos rasgos chocan con un movimiento neoliberal que ratifica la posición periférica o semiperiférica del subcontinente y una apertura al exterior de la economía, asumiendo que se agotó el proceso de sustitución de importaciones. Y esto conlleva también reformas de la política social, ya que el movimiento de democratización demanda derechos sociales, pero el modelo neoliberal no los satisface, con lo que la democracia, un proyecto global, queda limitada a una baja intensidad.

¿Qué perspectiva tiene en este escenario la pretensión de algunos gobiernos de dotar a las burguesías nacionales y al campo industrial de más potencia para el desarrollo económico? ¿Se logra quebrar la hegemonía neoliberal en la economía?
Es una discusión interesante. Vivimos ya una era posneoliberal en América latina, pero soy pesimista sobre esa corriente que, en Brasil, y en buena parte de América latina, habla de un nuevo desarrollismo. A pesar de los intentos de Brasil y Argentina -Bolivia va a intentar hacerlo-, el camino es muy difícil, porque en los últimos 30 años América latina se retrasó ante la revolución científico-tecnológica.

¿Puede brindar alguna ventaja ese atraso? Me refiero a que pueda alentar realmente la incorporación definitiva a la sociedad del conocimiento.
Ese es un reto tremendo para América latina. Aunque en Brasil tengamos un aparato de ciencia y tecnología bastante desarrollado y una base industrial fuerte, se carece de los sectores más importantes, más adelantados de la ciencia y tecnología, que Estados Unidos, Japón y Europa tienen. Argentina tiene un buen sistema de ciencia y tecnología, pero debe avanzar más. Tenemos que pensar el proceso de integración regional no solamente en términos de comercio, sino también planteando la cuestión de un desarrollo científico y tecnológico integral, porque, insisto, los retos son muy grandes.

¿Cuál es el principal obstáculo para la integración regional?
Que las economías no sean complementarias. Es cierto que Brasil y Argentina tienen cierta complementariedad en términos industriales, y para América latina lo que pase entre Brasil y Argentina es absolutamente decisivo. Venezuela tiene mucha plata, pero carece de un proyecto de industrialización y de desarrollo científico tecnológico. Chile se conformó con una posición de exportador de productos primarios. La hegemonía del pensamiento neoliberal es muy profunda y lleva a que se debata la macroeconomía y no las estructuras de asociación de la economía latinoamericana. La economía política latinoamericana prácticamente no existe, fue colonizada por el pensamiento neoliberal. Perdimos consistencia intelectual para enfrentarnos con un debate que no es sencillo, pero que en Asia está hecho y da resultados para salir de la periferia sin aceptar el consenso neoliberal. Ahí hay verdaderamente un neodesarrollismo y de ellos podríamos aprender mucho.

¿Usted cree que los países latinoamericanos comparten agenda en materia de construcción y fortalecimiento de la ciudadanía?
La izquierda en la región tenía una visión instrumental de la democracia y de los derechos. El corporativismo presentaba una noción de ciudadanía muy controlada. Pero hubo una democratización social muy grande, con movimientos sociales fuertes y reacciones a las dictaduras militares, que hicieron que se desarrollara una agenda distinta, con énfasis en los derechos sociales y civiles. También en este terreno hay mucho por avanzar.

El Estado parece ausente en muchos ámbitos comunitarios que escapan a sus regulaciones. Este rasgo de cierto pluralismo jurídico, ¿es compatible con un proyecto de desarrollo moderno?
Hay pluralismos que deben reconocerse, como los que se presentan en las sociedades andinas, con sus tradiciones. Pero hay límites que no se pueden sobrepasar. En Brasil, en las favelas, hay un pluralismo jurídico que está vinculado a las reglas del narcotráfico y los grupos paramilitares ligados a la policía.
Hay mucho por hacer en muchos ámbitos.

¿Pero no cree que se están registrando cambios en los lazos familiares y en materia de género en nuestros países?
Coincido: hay una apertura tremenda, que es parte del proceso de democratización social. La gente ya no tiene posiciones fijas, puede elegir su vida. Un matrimonio no tiene que perdurar eternamente, y eso conlleva también cambios en las estructuras de la familia porque la gente se casa, se separa y las familias se descentran. La familia se volvió bastante más compleja pero mucho más abierta, la gente es mucho más libre. Lo mismo pasa con el género, pero tenemos que avanzar más para llegar a la igualdad todavía. Las identidades sexuales y de género se pluralizaron mucho porque la gente ya no tiene que aceptar definiciones que están dadas desde el nacimiento.

¿Cómo entiende el desenvolvimiento demográfico en América latina? ¿Haría falta que los Estados tuvieran políticas activas para controlar la natalidad?
No, no creo, ese no es un gran problema para América Latina. Es grave el problema urbano, con poblaciones que son marginales y no tienen acceso a servicios básicos ni a derechos de ciudadanía. Estamos haciendo otra transición demográfica, después de lograr una disminución de la mortalidad y de la natalidad. Lo que va a pasar ahora es más complejo.

¿Se vincula al crecimiento de las ciudades y a que el sector agroproductivo dejó de ser relevante en términos ocupacionales?
La agricultura en América latina incluía una proporción muy importante de la población, y ya no es así. Brasil, Argentina, México y Chile son países totalmente urbanizados. Pero no tenemos una economía industrial ni de servicios adelantada, que incorpore a esta gente a las ciudades.

¿Estamos, entonces, condenados a tener favelas y villas miserias?
No, no es un destino. Depende de decisiones políticas; no hay ninguna razón para que las villas miserias, las favelas, sigan existiendo. No es fácil solucionarlo, pero en Brasil ahora vemos que hay intentos de lidiar con ese problema de una manera democrática, ofreciendo servicios a las poblaciones de las favelas. Una manera de controlar la violencia es través de asignar derechos sociales y manteniendo un Estado que brinde servicios y no sea sólo represivo. Insisto en que hay una cuestión de voluntad política que está vinculada a la persistencia o erradicación de favelas y villas miserias. Es imprescindible reforzar las economías para incorporar esas poblaciones a un mercado de trabajo formal, más adelantado, con ocupaciones que paguen mejor y que hagan de las villas miserias y de las favelas un fenómeno residual del pasado.

¿Transformaciones de ese tipo se darán de modo gradual?
Creo que hubo una revolución democrática, popular y molecular. De a poco, sin un proyecto muy claro, tuvimos una transformación del paisaje latinoamericano de gran alcance, pero creo que es verdad. En términos económicos las cosas son más complicadas; no soy pesimista, pero es difícil. Estamos quizás en los umbrales de un proyecto neodesarrollista, pero para mí no está nada claro si va a funcionar.

¿Deberíamos seguir empleando el término "América latina"?
Es un término convencional, porque no somos latinos en un sentido formal. ¿Qué quiere decir latino? Podríamos hablar de América ibérica, pero así dejamos a los indígenas a un costado; podríamos hablar de América negra, pero dejamos a la población no negra a un costado. América latina remite de alguna manera a las poblaciones de origen blanco del sur de Europa que están en la región. No es muy preciso, pero no es fácil encontrar un término para sustituir la noción de América latina. Si entendemos lo que hablamos, la expresión "América latina" está muy bien, pero como un término convencional y no como uno que apunte a algo sustantivo, a una esencia latinoamericana, como en muchos momentos se pensó.
Copyright Clarín, 2010.






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